martes, 10 de noviembre de 2009

ENAMORADOS DE LA POBREZA

“Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo…
El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona.

Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso, mi querido amigo, es el fin de cualquier nación.

No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola”.

Dr Adrián Rogers, 1931 - Pastor americano

De pronto, hemos descubierto a los pobres.

No nos ponemos de acuerdo si son muchos o muchísimos.

Pero el país tiene una cantidad respetable de pobres, de gente que carece de trabajo, de vivienda digna, de ingresos suficientes, de hábitos laborales y, sobre todo, de horizontes próximos para salir de la pobreza.

Y los pobres de hoy, son más que los de ayer.

Pero menos que los de mañana.

Porque esta sociedad produce pobres sin parar.

Es, quizá, nuestra gran ventaja comparativa respecto de todos los demás países.

Ni el Indec puede hacer bajar la cantidad de pobres.

Y eso dice mucho.

Antes, hace cincuenta o sesenta años, la condición de pobre era circunstancial.

Un tránsito efímero hacia una situación más acomodada que incluía un buen trabajo y una vida de familia organizada.

Ahora, en cambio, ser pobre parece ser una situación perpetua, que además se transmite de padres a hijos.

Zafar de la miseria pareciera ser mucho más complejo y difícil.

Además, la atención que presta la política hacia los pobres pareciera destinada -voluntariamente o no- a congelarlos en su situación, promover el orgullo por tener tan desgraciada situación y establecer mecanismos de ayuda que están muy lejos de incentivar los mecanismos por los cuales los pobres pueden dejar de serlo:

educación de los hijos, trabajo, esfuerzo y sacrificio.

Al momento de identificar las causas de la pobreza, nos gustan siempre aquellas de índole general y, por lo tanto, elusivas: el sistema, los noventa, los imperios.

No se trata, claro está, de un problema de fácil solución: en estos años de crecimiento económico formidable -debido a las excepcionales condiciones del mercado mundial- la pobreza ha aumentado.

Todos estamos preocupados por los pobres.

Desde Marcelo Tinelli hasta la Iglesia Católica, pasando por el gobierno nacional.

Pero lo cierto es que tenemos más pobres que antes.

Los pobres son cortejados por los políticos, que aspiran a pasar a la historia cubiertos de laureles en el altar de la sensibilidad social.

Muchos pobres son, potencialmente, muchos votos.

Y, se piensa, muchas dádivas a los pobres son casi seguramente muchos votos.

Así funciona la cabeza de los políticos.

Y nadie puede oponerse a un subsidio a los pobres sin ser acusado de insensible, oligarca o hachedepé.

Ni siquiera se librará de esos calificativos si dijera que no es ésa sino otra, la manera de combatir la pobreza de un modo definitivo y serio.

Por ejemplo, tener al setenta por ciento de los jubilados ganando 800 pesos es promover la pobreza, aunque los jubilados puedan ver gratis los diez partidos de cada fecha del torneo de la AFA.

En definitiva, el desvelo por los pobres suele encerrar una cierta intención, por parte de quien ayuda, de obtener un rédito de la clase que fuere, que se transforma en el principal motivo de la cacareada ayuda.

En tal sentido, la última Encíclica Caritas in Veritate advierte sobre este tema:
“A veces, el destinatario de las ayudas resulta útil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven para mantener costosos organismos burocráticos, que destinan a la propia conservación un porcentaje demasiado elevado de esos recursos que deberían ser destinados al desarrollo”.

Por su lado, el filósofo Alejandro Rozitchner utiliza el vocablo “pobrismo” para identificar, con duras palabras, esa dialéctica entre pobres y política:

“Pobrismo es halagar al sentido común, halagar al pueblo en sus aspectos más quedados y conservadores, pobrismo es conformar ese poder de un pueblo encaprichado con su facilismo, armar una ciudadanía con el lomo de sus prejuicios bien sobado, contenta de ser mediocre y tiránica a la hora de descalificar cualquier instancia que busque desafiarla, hacerla crecer, llevarla a confrontar con sus límites de comodidad y a desprenderse de su moral de pobreza justa, de pobreza racionalizada, de pobreza padecida pero de la cual siempre otro es responsable, de pobreza que se convierte en plan de lucha en contra de aquel que osó no ser pobre para castigar su osadía”.

Palabras severas quizá inspiradas en el temor de que cunda un facilismo que se vislumbra:

achacar la pobreza de unos a los que, con esfuerzo y duro trabajo, lograron eludirla

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