Barack Obama no vendrá al país.
La decisión del líder norteamericano de ver la Argentina sólo desde el aire, cuando vuele de Brasil a Chile, explica las relaciones del país con el mundo y no exclusivamente con los Estados Unidos.
La era kirchnerista será recordada, en el plano de las relaciones exteriores, como la del aislamiento argentino.
No sólo se tendrá memoria de ella por eso; también será evocada por el desmesurado poder transferido al sindicalismo (sobre todo a la familia Moyano), que desató en los últimos tiempos una borrachera de violencia, crímenes y corrupción como no se veía desde hacía mucho tiempo.
En ese contexto, se inscribió también el omnipresente conflicto del verano: el tráfico internacional de drogas con origen en la Argentina, que ventiló, más que otra cosa, la porosidad del Estado y su complicidad con los estragos de ese delito.
El problema fundamental con Washington es el mismo que existe con muchos otros países significativos del mundo: no hay una agenda compartida, no hay temas atractivos para la Argentina y su contraparte en el exterior, y no hay confianza en el cumplimiento argentino de eventuales acuerdos.
¿No existen, acaso, muchos países en el mundo que podrían decir lo mismo que los Estados Unidos sobre la poquedad del gobierno argentino?
¿No lo diría China?
¿Y Francia y España?
Sobresale la actitud de Washington por su importante peso en el escenario internacional, que ya no es hegemónico; Héctor Timerman lo definió erróneamente como hegemónico, inspirado en los viejos paradigmas de hace más de una década.
Sin embargo, es cierto que en Washington valoraron la actitud de Cristina Kirchner de bajar en América latina el nivel del escándalo por las filtraciones de WikiLeaks.
La presidenta argentina hizo esa gestión en la cumbre iberoamericana de principios de diciembre pasado en Mar del Plata.
Los papeles de Julian Assange estaban calientes todavía y los líderes más antinorteamericanos de la región (desde Hugo Chávez hasta Evo Morales) aspiraban a trasladar su arrebato a la costa del mar Argentino. Cristina siente ahora la decepción ante la indiferencia de Obama.
La decepción tiene nombre y apellido: es Chile. Las cosas hubieran sido mucho más explicables si la visita del jefe de la Casa Blanca al sur de América se hubiera limitado sólo a Brasil.
Brasil es ya un protagonista mundial de dimensiones cada vez menos comparables con la Argentina.
Pero ¿por qué Chile y no la Argentina?
Dejemos la respuesta en boca de un funcionario en Washington: Chile es un aliado previsible y una democracia ejemplar, dijo. Chile no es, como deslizó Timerman, un aliado dócil de Washington; de hecho, fue uno de los dos países latinoamericanos (el otro fue México) que más trabas le puso a Bush para contar con el aval de las Naciones Unidas en su decisión de invadir Irak.
Al mismo tiempo que hacía eso, Chile insistió en sus negociaciones para un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, que al final logró.
La Argentina hizo el camino contrario: se ocupó poco de la invasión de Irak, pero le cedió el protagonismo a Chávez en la cumbre americana de Mar del Plata, en 2005, y el propio Néstor Kirchner hizo entonces un encendido discurso, delante de Bush, contra el proyecto washingtoniano de extender el libre comercio por toda América.
Obama es inflexible en su política de no inmiscuirse con sus viajes en procesos electorales internos de otros países, argumentaron en la Casa Blanca. Muy bien.
Pero ¿dónde está la inminencia del proceso electoral argentino?
¿Habrá, acaso, elecciones el mes próximo o dentro de dos meses?
No.
Las elecciones presidenciales previstas en la Argentina se harán dentro de nueve meses y la eventual anfitriona de Obama, Cristina Kirchner, ni siquiera decidió si será candidata a la reelección.
Aquel es sólo un pretexto.
Si nos llevamos mal con Obama, es porque ya hemos decidido llevarnos mal con los Estados Unidos, suele decir el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, un interlocutor frecuente del equipo de colaboradores del presidente norteamericano.
Dicho de otro modo, nunca el kirchnerismo tendrá mejor interlocutor en Washington que la administración de Obama.
¿Por qué no pensar también que el gobierno de Cristina Kirchner carece de una buena gestión en la Cancillería? Su responsable, Timerman, está más preocupado por complacer a la Presidenta metiéndose en cuanto conflicto de política local existe; el tiempo que le resta para las relaciones exteriores es, así, muy poco.
Casi una tonelada de cocaína en un avión que anduvo entre una base militar y el principal aeropuerto internacional del país no es tampoco un buen antecedente para la buena administración de las cuestiones públicas.
La Argentina es un país importante como exportador de drogas para Europa y, sobre todo, para España.
Antes del espectacular hecho que tuvo como protagonistas en Barcelona a tres hijos de ex altos militares argentinos el problema eran las llamadas "mulas"; es decir, viajeros que llegaban a Madrid en vuelos regulares con drogas camufladas en su equipaje.
Era elocuente la ineptitud de los funcionarios argentinos (¿o la complicidad?), porque la Argentina tiene un solo aeropuerto, Ezeiza, con frecuentes vuelos internacionales.
¿Cómo podía deslizarse tanta droga desde una sola estación aérea?
¿Qué impedía un control más eficiente del aeropuerto?
El problema ahora se agravó exponencialmente: la droga habría sido cargada nada menos que en un aeródromo que forma parte de una base militar.
Fue, además, el cargamento más importante de cocaína detectado en España por vía aérea.
El próximo viernes concluirá el plazo estipulado para el secreto del sumario en España, pero el juez podría levantarlo o prorrogarlo.
Podría saberse, en fin, hasta dónde llegan las complicidades argentinas.
Especialistas argentinos, que militan en partidos opositores, vienen alertando a sus líderes sobre el grado de corrupción de las fuerzas policiales en materia de tráfico de drogas.
Lo único confiable que está quedando es la actual generación que conduce la Gendarmería, suelen precisar.
El gobierno español no fue alertado por el gobierno argentino ni por la delegación local de la DEA, el organismo norteamericano que combate el narcotráfico.
La alerta pudo venir de la DEA central o de un infiltrado entre traficantes dentro de España, dijeron en Madrid.
Hay otra novedad aún peor: la Argentina traslada cocaína que produce Bolivia, pero ya existirían aquí muy importantes laboratorios fabricantes de esa droga. La materia prima seguiría siendo suministrada por Bolivia, pero los elementos químicos y la elaboración final estarían ya en territorio argentino.
El dato más ilustrativo de esa novedad es la proliferación del paco, una droga hecha con los desechos de la producción de cocaína a escala industrial.
A pesar de la evidencia, ningún laboratorio importante fue descubierto nunca en la Argentina.
Nunca, tampoco, ninguno de los Kirchner se refirió al tráfico de drogas en sus discursos públicos.
Una corriente política, cercana al oficialismo, sostiene que ésa es una prioridad de los Estados Unidos, que la Argentina no tiene por qué compartir.
Hay prioridades de Washington que, en efecto, la Argentina no tiene por qué compartir. No es el caso de las drogas, sobre todo en un país como la Argentina, que alcanzó ya los niveles más altos de consumo interno de drogas, según el porcentaje de su población.
Ese porcentaje es similar sólo al de los Estados Unidos, Brasil y Chile.
La droga es la antesala de peligrosos escenarios de violencia.
Y el país ya viene soportando, por la acción de un sindicalismo desaforado o por la simple lucha ideológica, una increíble escalada de violencia.
Serían, con todo, sólo aprestos ante la eventual violencia de las drogas.
fuente lanacion