sábado, 10 de julio de 2010

UNA ESTATUA PARA CABANDIE

No puedo más que aplaudir la original, oportuna y sensible propuesta del diputado kirchnerista porteño Juan Cabandié de erigir una estatua en honor (A) de Diego Maradona.

Tan sensata e inteligente me parece la idea, que al enterarme me embargó una sensación de resentimiento hacia nuestra clase política:

¿cómo es que a ningún dirigente se le ocurrió antes?

¿En qué están pensando tantos concejales, intendentes, gobernadores, diputados y senadores, que a nadie se le pasó por la cabeza algo tan útil y necesario?

¿Cómo es que ningún embajador, en vez de estar mandando inútiles cables reservados sobre misiones diplomáticas paralelas, ha sugerido la construcción de monumentos a Maradona en las decenas de países en los que el técnico de nuestro seleccionado es querido y admirado?

Lejos de tomárnosla a la ligera, la iniciativa de Cabandié nos debería hacer reflexionar como sociedad y como país.

¿No habrá muchísima gente con la que hoy convivimos que merezca su estatua?

¿Tenemos que esperar a que mueran para acordarnos de rendirles tributo?

¿No habrá otros Maradona, quizá no tan resplandecientes, que desde distintos ámbitos estén haciendo sobrados méritos como para que vayamos pensando en su efigie?

Estoy convencido de que, a poco de mirar, nos encontraremos con muchos estatuables, es decir, gente que debería tener ya mismo su sitial en avenidas, plazas, parques y escuelas.

Sin pretender agotar la nómina, humildemente presentaré mis propuestas.
En el primer lugar de la lista pongo al propio Cabandié.

Es posible que él se resista, pero una persona a la que se le ocurre hacer una estatua de Maradona ya ha hecho suficiente, pienso, para tener un lugar en el mármol.

Aunque no hiciera ninguna otra cosa en su vida, su existencia ya estaría justificada.

Cabandié es un caso muy poco común de legislador que, despegándose de las cosas terrenas y vulgares que todo el mundo reclama -los hospitales, la seguridad, la educación-, eleva la mira, pone sus ojos en el más allá y rompe los moldes con una sugerencia realmente innovadora.

¡Ese es el tipo de diputados que el país estaba necesitando!

¿Dónde ubicar su estatua?

¿En la Legislatura, en Puente La Noria (cerquita de la de Diego), frente a una Facultad de Filosofía y Letras?

Ya se verá.

Otra persona digna de mirarnos a todos desde arriba es Julio Grondona. Tantos son sus méritos, y tan conocidos, que no viene al caso repasarlos.

Sólo déjenme decir que, así como detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer (máxima recalcitrantemente machista), detrás de un técnico de la selección argentina inventado siempre hay un presidente de la AFA que se divierte inventándolo.

Julio es grande, grande de verdad. Desde su eterna sabiduría, pareció decirnos a todos el año pasado:

"Mi obra cumbre será ser campeones del mundo...

¡con Maradona!"

No lo consiguió, pero no pueden negársele convicción e intrepidez.

Sabio, sí, y humilde:

después de la eliminación, informado de que una multitud agradecida esperaba al equipo en Ezeiza, no quiso llevarse ni una parte de la gloria y se quedó en Sudáfrica.

Su estatua ya tiene lugar:

la AFA, el edificio de la AFA de la calle Viamonte, y una réplica en el predio de la AFA de Ezeiza, otra en la FIFA, otra en...

Es decir:

si un día, Dios no lo quiera, él dejara la presidencia, que al menos podamos tenerlo a mano en un pedestal.

Porque no estoy nada seguro de que en el fútbol argentino haya vida después de don Julio.

La tercera estatua que se me ocurre es la del pulpo Paul.

Antes de que se considere esta propuesta como una broma o una extravagancia (y, por lo tanto, una irrespetuosidad si se la compara con la de Cabandié), la voy a explicar.

Los argentinos estábamos ilusionados con que teníamos el mejor técnico y el mejor seleccionado, hasta que los alemanes nos golearon y nos tuvimos que volver, humillados y tristes como barrabravas deportados.

Pues bien: como no es nada agradable tener que reconocer que nos equivocamos fulero, que somos excesivamente triunfalistas, que los alemanes son mejores y que Diego como DT sigue siendo un gran jugador, mejor es pensar que no había forma de luchar contra el pulpo, que es como luchar contra las fuerzas de la naturaleza, contra la bravura de los mares y contra una deidad animal.

¡Paul nos reivindica!

Finalmente, ni los propios alemanes pudieron con él, que se inclinó por los españoles y acertó.

Pulpo a la gallega.

¿La mejor ubicación para su estatua?

El puerto de Mar del Plata, la embajada de Alemania o la quinta de Maradona (esto sí es una broma).

Finalmente, abogo por una estatua para Ariel Garcé. Para quienes no están interiorizados en las cosas del fútbol, es uno de los 23 jugadores del plantel que fue al Mundial.

Una mirada superficial podría hacernos pensar que alguien que pasó prácticamente inadvertido no debería tener lugar en la galería de los estatuables.

Pero una mirada más profunda nos demuestra que Garcé se sobrepuso a todo: jugando discretamente en Colón, que había tenido un mal año, y estando fuera de cualquier cálculo, integró la lista de los 23 y dejó afuera, como marcador de punta, nada menos que al Pupi Zanetti, capitán, líder y referente del Inter de Milán, que este año ganó el Scudetto , la Copa de Italia y la Liga de Campeones.

Así, de la nada, Ariel viajó a Sudáfrica y hasta se hizo merecedor de carteles en las tribunas.

Su monumento tiene un sólo lugar posible: frente a una Virgen de los Milagros.

Cabandié, pues, nos ha puesto a reflexionar sobre las cosas realmente importantes.

La premisa sería: más estatuas, más monumentos, más mármol.

Eso es lo que necesitamos.

En dos palabras:

más Cabandié
.

Carlos Raymundo Roberts

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