El electo presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, acaso encarne la trayectoria política que los Kirchner imaginaron para sí en sueños: de líder revolucionario a gobernante democrático y moderno.
Sin embargo, basta repasar sus primeras decisiones de Estado para vislumbrar el abismo entre ambos modelos de conducción, diferencias que se acentúan cuando se mira la manera en que viven el poder.
Uruguay está viviendo una revolución de terciopelo, con ese ritmo suave y llevadero, ese peculiar savoir faire oriental, acaso inaccesible para la sensibilidad porteña.
Sin estridencias el mítico “Pepe” Mujica se apresta a llevar al proceso político del Frente Amplio en el poder a un nuevo estadio en su exitosa evolución.
Este ex revolucionario de hábitos franciscanos, ya presidente electo sigue concediendo entrevistas en el galpón de su modestísima chacra de las afueras de Montevideo, donde recibe a sus visitantes sobre baldes de plástico dados vuelta a modo de asiento, pero más importante, de mensaje político.
“Puedo equivocarme, pero no pueden comprarme”, dijo sin vueltas días atrás.
Reminiscencias de una moral ascética que acaso comparta con líderes extintos. El camino del poder como un servicio, casi un martirio, que sin embargo, no debería llamar a confusiones.
El Mujica de hoy entrega un mensaje más rico, policromático, que esos guerreros que murieron sumergidos en la sangre de un proyecto que se imaginó emancipador y terminó naufragando en la locura militarista.
El hombre que en días asumirá la presidencia del Uruguay, envía señales de consenso, de paz, de conciliación, de avance suave, pausado y sobre todo, conversado.
“El único gran motor del trabajo es la inversión y debe ser estimulada en una sociedad que necesita el crecimiento material para suturar sus problemas sociales”, dice el mismo presidente uruguayo que rogó en un encuentro con 1500 empresarios -400 argentinos- que inviertan en su país, porque “aquí nadie te va a expropiar”.
El mismo Mujica que admiran los Kirchner parece haber entendido como Lula lo hizo muchos años antes, que en el mundo de hoy la capacidad de progreso de los países se vincula con su habilidad para generar un entorno de negocios previsible, con un proyecto de país a cargo de la conducción política.
No es contra los empresarios como se avanza, pero tampoco cediendo el comando general a la iniciativa privada, parece ser el mensaje.
Sutil equilibrio que no se da bien con el neoliberalismo de los noventa, como tampoco con los panzazos contra el Banco Central o las “nacionalizaciones” a pura pérdida como Aerolíneas y el fútbol que no es gratis.
Es este hombre que nunca enfrentó ni de lejos una mínima acusación de enriquecimiento ilícito, el que evita caer en la tentación fácil de pelearse contra las multinacionales de los transgénicos y le huye a los improperios contra la “sojización” como a la peste misma.
“Sin la producción agropecuaria, Uruguay sería como un clavel en el viento”, sintetiza y se sube al sentido común de entender que esa riqueza –compartida por la Argentina- no es un obstáculo para el progreso, sino la palanca para provocarlo.
Y de nuevo, eludiendo los eslóganes que caen tan bien en los que evitan el trabajo de repensar la realidad, explica lo obvio: “los transgénicos son un recurso portentoso para la humanidad, tenemos la misma cantidad de hectáreas, pero un tercio del mundo empezó a comer: China e India.
Si no aumentás el volumen de la producción –y eso permiten los transgénicos-, vas a tener una suba de precios que va a embromar a los pobres”.
Es que Mujica evita la trampa de subirse a la pelea contra las demoníacas multinacionales que envenenan los suelos, contra la oligarquía sojera y otros íncubos para plantear la discusión en sus términos más profundos:
¿son realmente esos los intereses que atentan contra el bienestar de la gente?
¿O acaso los problemas que deberán enfrentarse son mucho más dramáticos y urgentes –sobrepoblación, contaminación, pobreza, crisis energética- como para distraerse con discusiones de librería?
Como suele suceder, sólo aquellos que transitaron con vigor un camino que luego se demostró errado, tienen la autoridad y el convencimiento para instrumentar el viraje.
Mujica hoy se da el lujo de ubicar al frente de ambas cámaras del Congreso uruguayo a dos mujeres, a dos ex líderes del movimiento Tupamaro, que luego de asumir el cargo, simbolizaron el camino de reconciliación que trazó su líder, pasando revista a las tropas desplegadas frente al parlamento.
Es el problema de la historia falseada, la que acaso provoque la impostura que tanto daño le está causando a los Kirchner.
Es esa idea de subirse demasiado tarde a un tren que ya partió, la que tal vez provoca este desacople con la sociedad, este sufrimiento inútil, estas oportunidades pérdidas, que duele aún más cuando se observan sociedades menos beneficiadas en el siempre injusto reparto de riquezas, que sin embargo con humildad y convicción, avanzan.
Tranquilos, sin traumas, con entusiasmo. Porque acaso lo que se pide no son anabolizadas tasas de “crecimiento chinas”, sino un rumbo compartido, un pulso respetuoso de identidades profundas, esas que ausculta este médico brujo en el que se ha convertido Mujica.
Es la mirada del estadista que problematiza los dogmas frente al cliché de los enemigos previsibles y por tanto, evitables.
Es la búsqueda de nuevas realidades para enfrentar nuevos desafíos.
Mujica acaba de ofrecer a la oposición la mayoría en los directorios de las empresas y organismos del Estado como la Administración de Servicios de Salud o el Banco de Previsión Social.
Léase bien, no ofreció “integrar” los directorios de estos organismos claves que manejan millones, sino la mayoría, es decir el control y la conducción.
Sería como si una mañana el Gobierno entregara a la oposición la Anses y el Pami, por ejemplo.
¿Qué mejor señal de madurez política, de voluntad de diálogo?
Es frente a decisiones de este tipo que fotos como las del fallido diálogo político que abrieron los Kirchner luego de la derrota electoral, revelan su profunda liviandad.
Es tan evidente, está tan claro el camino –y tan cerca- que duele hasta el hueso ver como se gastan los días en una trabajosa gran marcha hacia atrás.
Ignacio Fidanza
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