LA TRAMPA TOTALITARIA
El kirchnerismo, por necesidad más que por
vocación, se afana en perpetuarse en el poder.
La máxima universal que expresa
el dicho: “cosecharás tu siembra”, vale también para los gobernantes y su forma
de gobernar.
Actuar de manera prudente, tolerante y con apego a la ley es, para
el que deja el poder, el mejor reaseguro de un no traumático posgobierno.
Proceder de manera opuesta, es decir, alimentar odios y pasiones a través del
ejercicio abusivo del poder, en el mejor de los casos, es pasarse el resto de la
vida en calidad de imputado eterno.
De las consecuencias amargas para aquellos que adoptan modos despóticos de gobernar, ejemplos, hay para hacer dulce.
En casi todos la reacción que provocan es directamente proporcional a la acción.
Ya lo dice la sabiduría popular: según el tamaño de la parte de la anatomía que los recibe, deben ser los azotes.
Los últimos días de los tiranos Nicolae Ceausescu, Hosni Mubarak, Muamar Gadafi y Benito Mussolini, entre otros, están allí como enseñanza para tomar la debida nota.
Los expresidentes de Uruguay, empero, como bien dice el presidente Mujica, pueden caminar tranquilamente por las calles de Montevideo sin temor de naturaleza alguna. No son objeto del odio de una parte significativa de la población.
Tampoco son temidos o amados.
Se les dispensa el respeto que merece alguien que respeta a los demás.
Lo mismo se podría decir de los últimos expresidentes chilenos y, también, por qué no, de los argentinos si vivieran, Alfonsín, Illia y Frondizi, entre otros.
Es que, ninguno de ellos construyó poder en base a la lógica “amigo- enemigo” o de “demonización del adversario”.
Lógica perversa que define al otro como “el Mal”, y, a sí mismo, como “el Bien” alternativo.
Así, logrando en un solo acto “santificar-se” a partir de demonizar-los.
Resulta indiferente que el totalitario descubra al demonio en una clase social, en una raza o en una religión.
Tiene a su favor el hecho de que responsabilizar a otros de los fracasos y miserias propias es una poderosa fuente de energía que mueve a las masas.
El odio, que los demagogos y tiranos son maestros en insuflar, nunca debe ser subestimado.
Mas, paradójicamente, el totalitarismo no solo es una trampa para los sometidos que lo sufren sino también para los “atrapados sin salida”, de los tiranos.
José Stalin, Adolfo Hitler, Saddam Hussein, Fidel Castro, Hugo Chávez y el actual presidente sirio, conocen de estas vicisitudes.
Como la del acecho permanente de terminar como Kadhafy.
Riesgo que, más temprano que tarde, deviene en personalidad psicopática.
Es que, rodeados de funcionarios obsecuentes, legisladores levantamanos y jueces peleles, han perdido la noción de la realidad.
La sociedad que acepta como normal esta situación, también, está enferma de totalitarismo.
Mas, no irremediablemente.
Mauricio Ortin
De las consecuencias amargas para aquellos que adoptan modos despóticos de gobernar, ejemplos, hay para hacer dulce.
En casi todos la reacción que provocan es directamente proporcional a la acción.
Ya lo dice la sabiduría popular: según el tamaño de la parte de la anatomía que los recibe, deben ser los azotes.
Los últimos días de los tiranos Nicolae Ceausescu, Hosni Mubarak, Muamar Gadafi y Benito Mussolini, entre otros, están allí como enseñanza para tomar la debida nota.
Los expresidentes de Uruguay, empero, como bien dice el presidente Mujica, pueden caminar tranquilamente por las calles de Montevideo sin temor de naturaleza alguna. No son objeto del odio de una parte significativa de la población.
Tampoco son temidos o amados.
Se les dispensa el respeto que merece alguien que respeta a los demás.
Lo mismo se podría decir de los últimos expresidentes chilenos y, también, por qué no, de los argentinos si vivieran, Alfonsín, Illia y Frondizi, entre otros.
Es que, ninguno de ellos construyó poder en base a la lógica “amigo- enemigo” o de “demonización del adversario”.
Lógica perversa que define al otro como “el Mal”, y, a sí mismo, como “el Bien” alternativo.
Así, logrando en un solo acto “santificar-se” a partir de demonizar-los.
Resulta indiferente que el totalitario descubra al demonio en una clase social, en una raza o en una religión.
Tiene a su favor el hecho de que responsabilizar a otros de los fracasos y miserias propias es una poderosa fuente de energía que mueve a las masas.
El odio, que los demagogos y tiranos son maestros en insuflar, nunca debe ser subestimado.
Mas, paradójicamente, el totalitarismo no solo es una trampa para los sometidos que lo sufren sino también para los “atrapados sin salida”, de los tiranos.
José Stalin, Adolfo Hitler, Saddam Hussein, Fidel Castro, Hugo Chávez y el actual presidente sirio, conocen de estas vicisitudes.
Como la del acecho permanente de terminar como Kadhafy.
Riesgo que, más temprano que tarde, deviene en personalidad psicopática.
Es que, rodeados de funcionarios obsecuentes, legisladores levantamanos y jueces peleles, han perdido la noción de la realidad.
La sociedad que acepta como normal esta situación, también, está enferma de totalitarismo.
Mas, no irremediablemente.
Mauricio Ortin
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