LIMITES A LA SOBERBIA
El gobierno se sigue enredando en sus propias impericias
y desatinos.
Y no para de hacerlo desde hace dos o tres meses, con eje en dos
cuestiones que claramente han comenzado a mostrar gruesas grietas, como son la
economía y el control en general de la gestión.
Dicho de otro modo, la
administración ha encontrado, por primera vez en mucho tiempo, límites
insalvables a un modo soberbio y prepotente de gobernar, y, por primera vez
también, los protagonistas, con Cristina Fernández a la cabeza, han comenzado a
mostrar signos de preocupación frente a un escenario que se complica.
Y que,
para mal de no pocos observadores oficiales, tiene cada vez más cerca el hito
que puede marcarlos a fuego:
las elecciones legislativas de 2013.
No por nada
Carlos Zannini acaba de desempolvar un proyecto para anticipar ese paso por las
urnas de la ciudadanía a marzo del año que viene, antes de que todo empeore.
Cristina brama cuando le aconsejan ir por ese camino.
Sus raptos de alarma no
superan todavía el limbo maravilloso en el que vive y que pinta en sus
discursos.
Pero ese texto ya circula entre despachos oficiales y de algunos
diputados y senadores kirchneristas.
Veamos, si no, lo que acaba de
ocurrir en esta última semana, duras como pocas desde que el gobierno comenzó a
tropezar por los pasillos, allá por diciembre de 2011.
La primera conclusión que
entregan estos días complicados es que la presidenta no puede hacer lo que se le
antoja.
O que el 54 por ciento de los votos obtenidos el 23 de octubre no es una
vía libre para cualquier cosa.
Para empezar, en su enorme mayoría, las encuestas
que hoy recogen el estado de ánimo popular demuestran que ese porcentaje se ha
ido achicando y que los altísimos niveles de imagen positiva que tenía CFK son,
a estas alturas, un buen recuerdo.
Queda claro que a la presidenta le han
torcido el brazo en el marco de la pelea por el dólar, plagada de errores, de
multiplicidad de voceros que no hicieron otra cosa que embarrarle la cancha al
propio gobierno, hayan sido autorizados o simples vocingleros cuyo único
objetivo era agradar los oídos de la jefa.
Aníbal Fernández puede ser un buen
ejemplo de ese segundo lote.
La puesta en escena de la presidenta,
en el Salón de las Mujeres, cuando dijo que vendería sus más de tres millones de
dólares para pasarse a pesos, no es ni mucho menos un gesto altruista.
Es
producto directo de la preocupación por los cacerolazos, por el descontento
social de la ciudadanía que no puede comprar dólares para ahorrar, mientras los
funcionarios se ufanan de tener cuentas en esa divisa y de hacer con ellas lo
que se les antoja, como en el caso del senador.
Los que la conocen, dentro y
fuera del gobierno, saben que no es esa la presidenta altiva y orgullosa que
promete semejante paso solo porque la convenció el discurso de un periodista
oficialista.
Más allá de que habrá que ver en los hechos si finalmente cumple
con esa promesa.
En la Casa Rosada dicen que Máximo Kirchner, el
administrador de esa fortuna, no está de acuerdo y tampoco lo conmueven campañas
como la que sorpresivamente parece ahora abrazar su madre.
El gesto fue forzado,
estudiado, a la búsqueda de un rédito político.
Claro que el "relato" siempre
sale en auxilio de la presidenta y de su gobierno, aunque hay que convenir que
ese recurso cada vez puede menos y cada vez convence a menos; que no logra
disimular que hay cosas que no se pueden hacer y que si se hacen saldrán mal, o
que algo está pasando en el gobierno que antes no pasaba. Igual intentaron
salirse con la suya: presentaron como un gesto propio de la épica cristinista un
paso que no fue otra cosa que eso, motivado por el temor y la necesidad de
reacomodar los tantos frente a una sociedad que pareciera, por fin, dispuesta a
dejar de ser actora pasiva, de mirar todo a través de la televisión.
Un dato que
no debe considerarse menor, si hay que hacer honor a las proyecciones
matemáticas: el primer cacerolazo contra la política económica, la inseguridad y
la corrupción oficial en la Plaza de Mayo de hace diez días, juntó unas 200
personas.
El segundo capítulo, el jueves pasado, congregó a unas 4.000.
En esta
oportunidad, el Ministerio de Seguridad dispuso un preventivo operativo policial
con órdenes absolutas de no intervenir.
Quedó visto esta semana que
tampoco la presidenta puede hacer lo que se le antoja, después del estrepitoso
fracaso de su propuesta para convertir en jefe de los fiscales a un
impresentable como Daniel Reposo.
Este bochornoso suceso fue el que le arrancó a
Cristina otro de sus grandes raptos de preocupación de los últimos días.
Y
demostró, como en el caso del falso altruismo pesificador del martes, que es
tozuda pero no tonta.
A la jefa del Estado le habían advertido y
repetido en varias ocasiones que el pliego de Reposo no iba a pasar el filtro
del Senado.
Y los mensajeros no hablaban por la oposición solamente, sino por
varios de ellos mismos.
Ella los rechazó una y otra vez altiva y desafiante:
"Si
la oposición no lo quiere, que junten el número y lo voltee", dijo en un par de
ocasiones a los emisarios de la cámara alta.
Mal que le pese, llegó el turno de
la reunión de comisión del martes.
La vergonzante exposición del candidato
frente a los senadores se vio claramente reflejada en más de una oportunidad en
las caras de espanto de Miguel Pichetto y Aníbal Fernández.
La presidente misma
se terminó de dar contra la pared cuando siguió desde Olivos buena parte de esa
audiencia.
"La verdad es que este muchacho provoca vergüenza ajena",
se quejó un operador por esas horas desde la Casa Rosada.
Pichetto avisó a los
aposentos que, a esas alturas.
Reposo era "indefendible".
Las últimas esperanzas
se perdieron cuando el bloque del Peronismo Federal resolvió que nadie sacaría
los pies del plato.
Todos iban a votar en contra, hasta los senadores por San
Luis, pese a los ruegos del gobernador Poggi de que apoyaran la postulación
porque, de lo contrario, la Nación no le enviaría los fondos que necesita para
seguir gestionando.
Hubo allí dos claves que terminaron de
desbarrancar todo: el voto negativo que anunció Carlos Reutemann y la abstención
que anticipó su comprovinciana Roxana Latorre convencieron al resto.
Eso, y lo
que acaba de ocurrir en la Legislatura bonaerense con el episodio sobre el
presunto pago de coimas a la oposición, en el que quedaron envueltos diputados
de La Cámpora, en especial su conductor y fanático cristinista, José Ottavis.
La
política, y en el caso puntual de Reposo más aún, había quedado automáticamente
bajo estado de sospecha.
"Una abstención, un voto en contra, una ausencia
repentina, iba a ser sospechada de soborno", se sinceró un funcionario que
siguió de cerca toda la saga.
Son pequeñas o grandes señales que van
dejando al descubierto un nuevo escenario en el que claramente aparecen límites
allí donde, hasta hace un puñado de meses, todo era autoritarismo y soberbia.
Indicios, a la vez, de que el gobierno ha comenzado a tomar nota.
Vale una
muestra: sin mucho bombo y a resguardo del "relato", la AFIP dejó sin efecto, de
la noche a la mañana, los controles impuestos a quienes deseen comprar dólares
para viajar al exterior en plan de negocios o vacaciones.
Lo reflejaron
testimonios de varias agencias de viaje.
Otro gesto mínimo, pero gesto al fin,
que supone un freno a aquella costumbre de llevarse todo puesto.
En
el caso de Reposo --hay que decirlo--, usaron la única fórmula posible para
evitar que se lea el paso como un costo político para la presidenta.
"Ella no
puede aparecer cediendo", se admitió.
Es decir, lo hicieron renunciar, cuando el
grosero postulante clamaba ante Pichetto por otra oportunidad, ya que creía que
podía ser el sucesor de Esteban Righi.
Las cartas de renuncia se escribieron en
el despacho de Juan Manuel Abal Medina, el jueves por la noche.
El jefe de
Gabinete y el vocero Alfredo Scoccimarro fueron los redactores, ante la atenta
mirada de Reposo, que solo tuvo que ponerles la firma.
Lo que no han
podido evitar --un dato ilevantable que ha generado gruesos reproches internos--
es que le dieron a la oposición, y en especial al radicalismo, un triunfo y un
protagonismo como no ocurría desde la perdida batalla con el campo, en 2008.
Eligieron el mal menor, la "renuncia" de Reposo, aunque no alcanza para zafar
del yerro:
una derrota en el Senado habría sido un regalo impensado para una
oposición que, desde octubre a esta parte, no había hecho más que lamerse las
heridas.
Pichetto, Aníbal y el resto dejaron finalmente en claro que
no los impulsaba el amor a Reposo, sino evitarle un costo político mayor a la
presidente, a la que alguno de ellos observa en los últimos tiempos con el paso
inseguro.
Se verá si lo lograron.
Como colofón, se ha escuchado en
más de una oportunidad por estos días, en los pasillos del poder, una frase que
no es nueva:
"Con Néstor, esto no nos pasaba".
Refieren a un estilo malévolo
pero negociador que se ha perdido definitivamente. Aquel que se resumía en una
frase:
"Escuchen lo que digo, pero miren lo que hago".
Y que Cristina Fernández
ha desnaturalizado desde su decisión de "desnestorizar" la gestión, para
"cristinizarla" cada vez más.
Tal vez el más fresco ejemplo sea el empujón, casi
definitivo, a Julio de Vido, el último sobreviviente genuino de aquel
kirchnerismo.
Lo dejó con las manos vacías en YPF, le quitó su joya más
preciada, que era el manejo de los subsidios al transporte, y lo mandó a
ocuparse de la obra pública, justo cuando los gobernadores hacen cola para decir
que no les llegan los fondos y que tienen las obras paradas.
• El
gobierno está en problemas: no para de cometer errores desde tres meses a esta
parte y con el relato, al parecer, ya no alcanza.
• Julio de Vido,
sobreviviente de los primeros tiempos del kirchnerismo, quedó ahora
evidentemente relegado en la consideración de la presidenta.
• Tanto
Aníbal Fernández como otros miembros de la bancada senatorial del oficialismo
comprendían que la postulación de Daniel Reposo no podía prosperar.
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