AL BORDE DEL COLAPSO
GRAN parte de las empresas distribuidoras de electricidad del
país, en particular las de la región metropolitana de Buenos Aires, están
mostrando un avanzado agotamiento financiero como consecuencia del irracional
retraso de las tarifas a lo largo de toda una década.
Esto les ocurre a pesar de
haber reconocido precios también insuficientes sobre la energía recibida de la
Compañía Administradora del Mercado Mayorista de Energía (Cammesa) y ésta, a su
vez, de las compañías generadoras.
La principal responsabilidad de esta
grave situación que provoca debilidad y riesgos en un servicio público esencial
recae en el gobierno nacional. Bajo su jurisdicción regulatoria se encuentran
las prestatarias más importantes y más comprometidas.
Ha sido una
política tarifaria equivocada, imposible de justificar frente a una persistente
inflación que ha provocado el aumento constante de los costos operativos,
incluyendo los salarios e insumos.
Sin ir más lejos, anteayer, Transportadora de
Gas del Norte (TGN) se declaró en convocatoria de acreedores, por lo cual su
acción fue suspendida en la Bolsa porteña.
La firma quedó en medio de un
embrollo judicial tras haber fracasado en la renegociación de una deuda de US$
347 millones.
El modelo impuesto a las distribuidoras sigue siendo
terminal.
Se ha privado a sus directorios y administradores de la posibilidad de
gestionarlas desde la razonabilidad, mientras el Estado ha reforzado su
presencia, por ejemplo en Cammesa, con dos representantes de La Cámpora:
Juan
Manuel Abud y Paula Español, como gerente general y gerenta de Finanzas,
respecticamente, de esa compañía.
El final de esta política no puede sino
llevar a un deterioro en la calidad y continuidad de los servicios. Las
autoridades regulatorias de algunas provincias advirtieron que el congelamiento
de tarifas destrozaría a sus empresas distribuidoras.
Por ello, otorgaron
ajustes en jurisdicción de sus respectivas provincias, pero se vieron luego
frustradas cuando desde el plano nacional se las neutralizó con la imposición de
multas arbitrarias que compensaban el oxígeno que cada ajuste suponía.
En
momentos en los que cruje el modelo energético oficial también parece recrudecer
la inflación.
Es un escenario políticamente difícil para subir sustancialmente
las tarifas eléctricas y permitir la supervivencia de las compañías
distribuidoras y generadoras.
El gobierno nacional lo ha entendido
claramente al tener que suspender la eliminación de los subsidios luego de
haberlos quitado en las áreas residenciales de mayor poder adquisitivo.
Esto
supone admitir una verdad dura: ninguna de las alternativas para corregir una
distorsión acumulada durante una década tiene consecuencias menores.
El
Gobierno carece hoy de capacidad financiera para sostener los subsidios y debe
optar entre continuar con una tarea de demolición empresaria que pone en riesgo
un servicio esencial, o bien tendrá forzosamente que pagar el costo político de
una normalización tarifaria antes de que sea demasiado tarde.
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