LA SOLEDAD DE LA REINA CRISTINA
Monarca.
La Presidenta concentra el
poder
mientras el Modelo empieza a dar señales de agotamiento.
mientras el Modelo empieza a dar señales de agotamiento.
Muy poco queda de la euforia triunfalista que sintieron los
kirchneristas apenas medio año atrás cuando se creyeron los amos del universo.
Casi todo el poder político sigue en manos de Cristina, eso sí, pero la
Presidenta ya se sabrá impotente para frenar el avance inexorable de una crisis
económica que amenaza con demoler el “modelo” que, según ella, ha transformado
la Argentina para siempre, liberándola de un pasado repleto de frustraciones y
preparándola para hacer frente a los desafíos planteados por “un mundo que se
desmorona”.
No ha dejado de reivindicar en tono épico su propia gestión y la de
su marido difunto, pero en su fuero interior no puede sino comprender que solo
se trata de palabras, de aspiraciones que el tiempo ya ha devorado, de ahí la
alusión, para algunos sorprendente, que hizo el 25 de mayo en Bariloche, a lo
ineludible que es “transferir la posta” porque en esta vida nada es
eterno.
¿Transferir la posta?
De insinuarlo otro –Daniel Scioli,
digamos–, los escuderos fieles de Cristina estallarían de indignación. Lo
tomarían por evidencia contundente de que ya está en marcha una conspiración
oligárquica, urdida por una junta maligna de generales mediáticos que fantasean
con devolver el país a la oscuridad prekirchnerista.
Es que conforme al credo
oficial, Cristina no cuenta con sucesores.
Tiene que ser eterna.
Sin ella, el
kirchnerismo se rompería en una multitud de fragmentos.
El proyecto se
desintegraría.
He aquí una razón por la que sus simpatizantes se sienten
obligados a colmarla de poderes, homenajeándola en toda oportunidad, actitud
que, además de reflejar el grado realmente asombroso de irresponsabilidad de sus
partidarios, le impide gobernar con un mínimo de eficacia.
Pensándolo bien, la
obsecuencia sistemática equivale a traición.
Cristina está sola.
No puede
confiar en nadie.
Aquellos dependientes que estarían dispuestos a sacrificar
todo por ella no están en condiciones de darle los consejos que le permitirían
superar las pruebas que se avecinan, mientras que quienes en otras
circunstancias podrían hacerlo se han visto expulsados del hermético círculo
áulico presidencial.
La situación en que se encuentra Cristina sería menos
precaria si la Argentina poseyera instituciones adecuadas, comenzando con una
administración pública profesional, organismos de control respetados y un Poder
Judicial indiferente a las presiones del Ejecutivo, además de partidos políticos
genuinos, pero los resueltos a inflar el poder presidencial se las han arreglado
para socavarlas, privando así a su jefa de una base firme.
A su manera, la así
premiada –castigada–, lo entiende:
“Los que se creen eternos tienen que mirarse
al espejo y darse cuenta de lo frágiles que son”.
Sí, Cristina parece consciente
de que su ciclo está aproximándose inexorablemente a su fin, de que, como
lamentó una vez el hipotético ancestro de la revolución bolivariana, está arando
en el mar.
Atrapada en el rol de mandataria todopoderosa y omnisciente,
la Presidenta se ve constreñida a liderar la lucha contra “el mundo”, es decir,
contra todo lo que de acuerdo con su ideología setentista personal está
provocando el desmoronamiento del “modelo”.
Para ayudarla en esta empresa nada
fácil, están el púgil de lenguaje soez Guillermo Moreno y Axel Kicillof, un
hombre cuyo aporte principal al “modelo” ha consistido en impulsar la
apropiación de las acciones de Repsol en YPF y advertirles a los escasos
inversores en potencia que el Gobierno del que forma parte es contrario por
principio a la seguridad jurídica, concepto que, según parece, cree
grotescamente reaccionario.
Así las cosas, no extraña que en las semanas últimas
se haya difundido la sensación de que la economía argentina está por hundirse,
razón por la que tantas personas quisieran pertrecharse de dólares antes de que
les sea demasiado tarde.
Según parece, el operativo YPF no ha resultado
ser tan provechoso como habían previsto quienes suponían que, además de
permitirle a Cristina recuperar los pedazos de su capital político que había
perdido a causa de las andanzas poco edificantes de Amado Boudou y el desastre
ferroviario de Once que muchos atribuyeron a la relación presuntamente corrupta
de los funcionarios del Gobierno con los concesionarios, la petrolera
emblemática tendría escondidos en sus bóvedas miles de millones de dólares
frescos.
Asimismo, se ha dado cuenta de que, aun cuando Miguel Galuccio
resultara ser el profesional cabal que Cristina quería como mandamás de YPF para
asegurar que no se viera convertido en un nuevo agujero negro politizado
equiparable con Aerolíneas, antes de que la empresa empezara a generar dinero le
sería necesario captar inversiones que nadie tiene interés en aportar.
Por
motivos comprensibles, a cambio de su eventual colaboración, petroleras
imperialistas como Exxon requerirían garantías que serían incompatibles con las
pretensiones de un movimiento supuestamente nacional y popular que acaba de
despojar a los españoles so pretexto de defender la soberanía
energética.
Pero lo de YPF ya fue.
Sus peripecias internas no son noticia y,
desafortunadamente para Cristina, el impacto político de la expropiación ha sido
apenas perceptible.
Desde hace varias semanas, lo que más preocupa a la
ciudadanía es la ruta errática que ha tomado el dólar blue luego de separarse
definitivamente del verde.
Para los kirchneristas, comprometidos como están con
la noción de que lo económico siempre tiene que subordinarse a lo político, lo
que está en juego es su propia autoridad, motivo por el que el Gobierno está
esforzándose por reafirmarla poniendo fin a la huida del dólar con los
consabidos métodos policiales que, desde luego, no sirven para restaurar la
confianza.
Por el contrario, sería difícil imaginar una forma mejor de sembrar
el pánico que exhortar a los argentinos a aprender a pensar en pesos.
En
opinión de algunos, la lucha contra la dolarización mental, la toma de YPF y los
intentos oficiales de manejar una proporción creciente de las variables
económicas, significan que lo que tiene en mente el Gobierno es probar suerte
instalando una versión local del “modelo” venezolano, pero es por lo menos
posible que a Cristina le parezca más apropiado el angoleño.
Para distraer por
algunos días la atención de lo que está ocurriendo fronteras adentro, la
Presidenta, impulsada por Moreno, optó por hacer de Angola un aliado estratégico
y, de regreso a la patria luego de una visita breve pero así y todo antológica
al país del dictador vitalicio José Eduardo Dos Santos, reivindicar el aporte, a
su juicio fundamental, de “esos negros” angoleños a la independencia de lo que
andando el tiempo sería la Argentina.
No cabe duda de que Cristina se
sintió a sus anchas entre “las mujeres revolucionarias” con las que bailó
alegremente en Luanda.
También le encantaron las perspectivas comerciales que
vio abrirse ante sus ojos: la entusiasmaron tanto que obsequió a sus
anfitriones, y a los empresarios que la acompañaban, una imitación convincente
de la actriz Fátima Florez en la que, entre grititos –
“¡Es insoportable, es
insoportable!”
– prometió venderles a los angoleños cantidades ingentes de
chicles, batidoras, licuadoras, trajes de la Sastrería González, limones
tucumanos, sillones de cuero y otros productos de los sectores más competitivos
de la pujante economía nacional.
Gracias a Cristina y a Moreno, el país
ha logrado acercarse a Angola, pero se ha alejado virtualmente de todos los
demás integrantes de la comunidad internacional.
Mientras los kirchneristas
celebraban el éxito de su safari africano, los miembros de la Unión Europea
ponían los toques finales a una denuncia furibunda, redactada en un estilo que
podría calificarse de kirchnerista, ante la Organización Mundial de Comercio por
vaya a saber cuántas violaciones de las normas.
También se sienten molestos por
las trabas imaginativas inventadas por Moreno en Suiza, Japón, los Estados
Unidos, Australia, Corea del Sur, México y, claro está, Brasil, además de muchos
otros países.
No es que los norteamericanos, europeos y nipones sean reacios
ellos mismos a aplicar medidas proteccionistas, sino que están acostumbrados a
hacerlo de forma menos caprichosa y más previsible que la habitual aquí, donde
todo parece depender del estado de ánimo de una sola persona, una que, para más
señas, se ha hecho mundialmente famosa por su prepotencia.
Así, pues, lo
mismo que el dólar, la imagen de Cristina y de su gobierno se ha desdoblado.
En
el exterior, (salvo, hasta cierto punto, en Bolivia, Venezuela y, es de suponer,
Angola), es francamente mala: el senador republicano norteamericano Dick Lugar
dista de ser el único político extranjero persuadido de que la Argentina merece
ser “suspendida” del G-20 por el “comportamiento de bandido” de sus gobernantes.
Dentro del país, en cambio, el kirchnerismo sigue contando con el apoyo de una
proporción sustancial de la ciudadanía que, por supuesto, no se sentirá
intimidada por la hostilidad foránea aunque, de ensombrecerse mucho más el
panorama económico y de propagarse la impresión de que la llegada de los años
flacos se ha visto apurada por la ineptitud de quienes rodean a Cristina, la
situación política interna podría modificarse con rapidez fulminante.
* por James Neilson
Periodista y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
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