La utilización de la memoria de los setenta da para todo.
Ahora, ante la desesperación para apartar de la indignación de la gente los detalles de la gran estafa de las Madres de la Plaza de Mayo, el Gobierno tiene en cartera dos temas: uno, del que ya hablamos ayer y está en plena implementación, consiste en permitir que mañana domingo ingresen a la cancha de River Plate a unos 75 mil fanáticos del fútbol que se convertirán en la gran masa movilizadora de un estallido de proporciones si el viejo club pasa al descenso, aunque se lo disfrace de una posición menos grave.
Como lo señalamos, la idea es que el nuevo escándalo alcance una intensidad de tal dimensión que incluso sirva para que pase inadvertida otra clase de derrota: la “frenada”, hasta después de las elecciones, de la proyectada modificación del esquema de seguridad capitalina pergeñado por Nilda Garré, mediante el ingreso a la escena de las Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval en detrimento de la Policía Federal.
Esta última resistió con las leyes en la mano y puso de manifiesto algo tan simple como es el hecho de que no se puede modificar una Ley a la que debe atenerse la PFA a través de una simple reglamentación ministerial.
Garré debió dar marcha atrás, mascullar la rabia y, junto con Carlos Zannini, lanzar la explicación de que “la medida se postergará hasta después de las elecciones”.
Por no abandonar los términos futbolísticos, digamos que el resultado fue de uno a cero.
Como compensación, se logró la bajada de pantalones del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, quien se resignó a aceptar una importante victoria de la izquierda: la candidatura a vicegobernador del primer distrito electoral del país del izquierdista Mariotto, un hombre de reserva activa para el gran “proyecto transformador” si el kirchnerismo gana las elecciones.
Para los estrategas del Gobierno, hay que acumular hechos para que todo esto sea posible, pero sobre todo para olvidar a la gorda figura de Hebe de Bonafini, que de abanderada ha pasado a ser la “entregadora de los derechos humanos”.
Así, tras pensar y pensar, el Coordinador de Asuntos Técnicos de la Unidad Presidencia -un título que, como su poseedor, Rafael Follonier, también “da para todo”- trajo la solución.
Había que encontrar el cuerpo de “Roby” Santucho, el comandante del ERP que cayó en un enfrentamiento que culminó con la caída de la conducción de la banda y la muerte en combate del capitán Leonetti, quien estaba al mando del pequeño grupo del Ejército que había recibido el dato.
El tiroteo se produjo en un departamento de la zona oeste, cuando el jefe de la organización terrorista y su colaborador, Benito Urteaga, se disponían fugar a Cuba.
Antes de avanzar con los planes de la Casa Rosada, conviene recordar algunos antecedentes.
El Partido Comunista estaba interesado en terminar con los rebeldes ideológicos del extremismo armado y denunció a los guerrilleros. Además, la Unión Soviética reconocía de hecho que éstos se le “habían escapado de las manos” frente a un panorama estratégico donde la Argentina podría ser la proveedora adecuada de alimentos -especialmente cereales- cuya importación le bloqueaban los norteamericanos.
Precisamente, Follonier, un viejo afiliado y militante del comunismo que se había desempeñado en distintos oficios, especialmente el de carpintero, había conocido en Santa Cruz a Néstor Kirchner, del que se hizo gran amigo y colaborador, tareas que cumplió desde el año 2003.
Ahora, instalado cómodamente en su despacho oficialista, cuenta con la colaboración de la mujer del guerrillero Galvarino Apablaza Guerra, lo que explica que la Argentina haya resistido su extradición.
Detrás de este suceso estaba la mano del “Rafa” Follonier, que había trabado muchas amistades aquí y en el exterior.
Hasta había sido dirigente del partido que respondía al ex gobernador bonaerense Oscar Alende y su prudencia lo hizo apartarse de los fusiles y las bombas cuando simpatizó con el ERP.
El “Rafa” era resistido por los peronistas de viejos antecedentes y militancia y se puso bajo el ala del Frente para la Victoria.
Con su poder político y el apoyo presidencial, manejó hilos reservados útiles a sus nuevos mandantes y de tal manera se convirtió en una especie de canciller secreto que se especializó en trazar vínculos con el uruguayo “Pepe” Mujica, el ecuatoriano Rafael Correa y sobre todo Hugo Chávez Frías, lo que le permitió hasta intervenir en el caso de la valija de los dólares de Antonini Wilson, en la comercialización de combustibles de origen venezolano vendidos por PDVSA y asociarse con el argentino kirchnerista Claudio Uberti.
Por sus dotes, el “Rafa” es resistido en nuestro medio diplomático e ignoramos hasta dónde Timerman conoce algo de todo esto, pese a que parte de esta información se difundió hace tiempo en distintos medios -oficiales e independientes-, lo que en nada modificó la situación de Follonier.
Además, éste cuenta con el visto bueno del secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, lo que pone de manifiesto el entramado comercial, político e ideológico que rodea a Cristina Fernández y desemboca en la Secretaría General de la Presidencia.
Por lo visto, los que acusan con el dedo al Gobierno de estar inficionado de un comunismo trasnochado pero amigo de los beneficios financieros de sus actores, no están muy equivocados.
Sergio Schoklender puede dar fe de estas reflexiones.
Así las cosas, Follonier quiere descubrir el cuerpo de Santucho, cuya muerte fue entregada por el viejo PCA un mes antes de los tiros que mencionamos más arriba, en plena Guerra Revolucionaria, cuando dos importantes miembros de esta agrupación se presentaron en Campo de Mayo para dar los datos correspondientes. Ahora, después de tantos decenios, Santucho vendría a dar un nuevo servicio a la causa “nacional y popular”.
Según parece, hace muy poco, un ex conscripto perteneciente a la colectividad judía concurrió al área de Inteligencia de medios policiales, donde aseguró que sabía dónde estaba enterrado Santucho.
En consecuencia, como las “Madres” y las “Abuelas” por ahora han quedado fuera de carrera, no podrán compartir los resultados de estas habilidades investigativas pero aún se ignora cómo será el disfraz para llegar hasta los restos del antiguo guerrillero.
Antes, habrá que preparar el ambiente, lanzar las versiones, hablar del ADN, buscar a algunos militares para endilgarles la responsabilidad de su muerte, aunque ésta se haya producido en combate, tal vez denostar la memoria de Leonetti, que cayó al servicio de la Patria y -¡Eureka!- encontrar lo buscado después de “prolongados esfuerzos”, remoción de tierra, cercar determinados lugares de Campo de Mayo y posiblemente otorgarle los aplausos oficiales al mencionado Secretario de Estado, a quien habrá que sacarle la botella para que pueda hablar de manera más o menos razonable.
Entre tanto, cualquiera hubiera sido el resultado de los eventuales hechos surgidos en River, la prensa adicta se lanzaría sobre el cadáver, se montaría la correspondiente desinformación y se harían esfuerzos por crear un escenario que será dificultoso, pues a muy pocos -o a casi nadie, si se prefiere- le interesa ya dónde está enterrado Santucho, aunque es probable que se busque la vía de nuevos juicios para mantener viva la farsa y el recuerdo doloroso de los años setenta.
Carlos Manuel Acuña
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