Pero difícilmente era de prever el grado de sectarismo puesto en evidencia por el matrimonio gobernante.
Es cierto que Mauricio Macri, con unas declaraciones del todo desafortunadas, le dio a la presidente la excusa que necesitaba para no hacerse presente el lunes 24 en la reinauguración del Teatro Colón.
No lo es menos, sin embrago, que Cristina Fernández había faltado antes, sin aviso, al desfile conmemorativo de la Revolución de Mayo
Algo inédito entre nosotros- y prefirió ir después a Luján antes que escuchar el sermón del cardenal Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires.
Asimismo, no invitó a ninguno de sus predecesores a la comida del martes 25.
Si se analizan los pasos dados por la presidente entre su ausencia en el mencionado desfile y el cierre de los actos de homenaje en torno al Bicentenario, el pasado día martes, quedan al descubierto dos cosas:
por un lado, a los topes que ha llegado la discordia entre el kirchnerismo y todo el espectro político que le es ajeno y que el gobierno reputa como enemigo.
Nada importó el protocolo ni el espíritu de conciliación que era de esperar en una conmemoración como esta.
Tampoco pareció interesarles a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández el efecto que su descomedimiento pudiera causar en la ciudadanía.
Por el otro, que los encontronazos no harán más que escalar en el tiempo.
Si durante las fiestas del Bicentenario el oficialismo hizo gala de semejante soberbia y mal gusto, qué no podría hacer de aquí en adelante.
Nótese que, mas allá de quién tiró la primera piedra en cuanto hace al acto en el Teatro Colón, el Poder Ejecutivo ya había hecho saber que entre los 200 comensales del martes a la noche no figuraban Carlos Menem, Fernando de la Rúa ni Eduardo Duhalde.
Que a Julio Cobos no pensaban invitarlo era un secreto a voces, pero qué podía costarle al kirchnerismo dar una muestra de amplitud el 25 de mayo e invitar a los ex-presidentes argentinos a una comida que no era partidaria, sino de todos.
Se podrá especular si hubo algún temor, de parte de Cristina Fernández, que en definitiva la convenció que resultaba mejor no ir al Colón el lunes por la noche.
Haberle pedido a Macri algo más que seiscientas invitaciones hizo pensar a muchos que el kirchnerismo imaginó la posibilidad de una silbatina generalizada en contra de la presidente y por eso tomó la decisión de faltar.
Claro que aún si esto hubiera sido cierto y, además, se hubiese sentido ofendida la señora por las palabras de Mauricio Macri, nada justificaba el desplante que le hizo a miles de argentinos en el desfile y la grosería protocolar enderezada a expensas de sus predecesores.
Como quiera que sea, el Bicentenario -si se lo compara con los festejos de cien años atrás- pasó sin pena ni gloria y dejó en evidencia, por si faltasen pruebas, que mientras los Kirchner retengan el poder, los niveles de crispación a los que deberemos acostumbrarnos no están escritos en ningún lado.
Es que, en el fondo, al matrimonio gobernante hacer tabla rasa con la concordia y borrar de un plumazo las más elementales reglas de la convivencia política les tiene sin cuidado.
Así han gerenciado los asuntos públicos por espacio de siete años y tan mal no les ha ido. ¿Porqué cambiar a esta altura del partido?
Tanto el santacruceño como su mujer suponen -quizá con buenas razones- que al grueso de la población que a ellos les interesa electoralmente, los hechos que hemos mencionados antes no le quitan el sueño en lo más mínimo o, lisa y llanamente, no los conocen.
Su apuesta está clara y radica en aprovechar el crecimiento de la economía y, a caballo del mismo, poner en practica, de ahora y hasta las elecciones de octubre, un gigantesco plan distribucionista.
Esto de un lado.
Del otro, no es novedad que las chances de Néstor Kirchner -si es que las tiene- descansan en el PJ.
Si pudiese alzarse con la candidatura del partido cuando se substancien las internas en agosto del 2011, habrá logrado vencer el primer obstáculo significativo en la carrera por la Presidencia.
El principal de los encuestadores de la Quinta de Olivos, Artemio López, le da aire, mientras tanto, al globo de ensayo echado a volar con tanto éxito hace algunas semanas respecto de las posibilidades que el santacruceño tiene de ganar en octubre del año próximo por más del 40 %, sin necesidad de una segunda vuelta para retornar triunfante a la Casa Rosada.
El sábado pasado escribió en Perfil uno de esos artículos de acción psicológica a los que nos tiene acostumbrados cuando se trata de posicionar a su jefe.
Al leerlo uno no sale de su asombro.
Resulta que, de acuerdo a las mediciones que maneja, a Kirchner en este momento sólo le hacen falta 4 puntos para salirse con la suya.
La mención de un sociólogo especializado en fraguar relevamientos ad usum delphini viene a cuento por lo siguiente: es verdad que en las parrafadas de Artemio López y en los trascendidos del oficialismo sólo hay expresiones de deseo, pero también lo es que, a poco de haber puesto en la agenda política el tema del triunfo en primera vuelta, el éxito que ha conseguido el oficialismo es notable.
Porque no hay comentarista, analista o político que no lo mencione y no reflexione sobre el particular preguntándose si es menester darle crédito.
En este orden de cosas, el kirchnerismo y Artemio López han hecho los deberes a conciencia y han cosechado rápidamente lo que pretendían: instalar en la sociedad, dieciocho meses antes de las elecciones presidenciales, una cuestión que no resiste el menor análisis.
Aunque no sea cierto lo que dicen, han conseguido que parezca verosímil y en esto ha consistido su logro.
Si se les pidiese que mostrasen números ciertos y serios sobre la intención del voto a nivel nacional, no podrían hacerlo o presentarían planillas fraguadas.
Pero eso no es lo importante porque nadie exige tal cosa.
Lo importante es que todo el mundo politizado hable acerca del eventual triunfo en primera vuelta del santacruceño.
Por ahora con eso basta.
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