Los Kirchner se inventaron un pasado heroico, de combatientes y de tenaces defensores de los derechos humanos, cuando es fácilmente verificable que en esos tiempos supuestamente épicos estaban haciendo dinero de una forma, quizás, legítima pero por cierto escasamente plausible.
Inflación
Hemos dicho en reiteradas oportunidades que la única política permanente del gobierno nacional es la mentira.
Si se quiere A, se alega B. Nada es lo que parece.
Todo se falsea, hasta la historia.
Los Kirchner se inventaron un pasado heroico, de combatientes y de tenaces defensores de los derechos humanos, cuando es fácilmente verificable que en esos tiempos supuestamente épicos estaban haciendo dinero de una forma, quizás, legítima pero por cierto escasamente plausible.
La manifestación más grosera de la mentira como política de estado se advierte en la destrucción del INDEC, iniciada a principios de 2007.
Como el llamado "modelo" es intrínsecamente inflacionario, se decidió, en lugar de combatir la inflación, simplemente negarla.
Así, el organismo oficial informa como aumento de precios al consumidor la mitad o a veces un tercio de los guarismos reales.
Los índices oficiales no reflejan la evolución de los precios, sino que la crean. No importa cuánto valga un producto en un comercio, sino cuánto decide el Licenciado Moreno que debe valer.
En un primer momento, esto se percibió como algo escandaloso, pero la persistencia en la mentira ha tenido el efecto, no de persuadir de su veracidad, pero acaso de ir acostumbrando a la sociedad a que así son las cosas.
De tal forma, una manipulación grosera de la información pública, que es un hecho gravísimo, puede pasar por una cuestión pintoresca.
Los funcionarios, por su parte, siguen negando lo evidente.
El ministro Boudou nos toma el pelo al decir que no hay inflación sino "tensión de precios", como si la modificación del nombre pudiera modificar el objeto denotado.
El ministro Randazzo es más tosco aún: empieza por negar la inflación, para acusar a renglón seguido de ella a los comerciantes y empresarios.
Tomémoslo, con buena voluntad, como un avance: por lo menos, de mala gana, indirectamente y con un pésimo diagnóstico, terminan por reconocer lo que ya todos los argentinos sabemos: hay inflación.
No sólo hay inflación: es de las más altas del mundo.
Competimos por el primer puesto con la Venezuela chavista. Y
a sabemos que en otras épocas hubo inflación más alta, pero eso no debería servirnos de consuelo.
No hay ninguna razón válida para que no tengamos inflación baja, como nuestros vecinos, para no mencionar a los países desarrollados.
Es falso que la inflación es consustancial al crecimiento.
Nadie hoy sostiene seriamente esa idea.
Basta ver una vez más la experiencia de nuestros vecinos, que crecen más que nosotros con una razonable estabilidad de precios.
Al contrario, en el mediano y largo plazo es un grave obstáculo al crecimiento, más allá de que es el impuesto más regresivo porque afecta mucho más a los más pobres.
Por lo demás, decir -como Randazzo- que no es el gobierno el que sube los precios sino los comerciantes y empresarios, es tener a los argentinos por idiotas.
Claro que los precios los suben los que venden o fabrican productos.
Ese es el síntoma.
Pero lo que importan son las causas.
Y siempre las causas de la inflación se vinculan a los gobiernos, pues son los que distorsionan la economía con malas políticas fiscales y monetarias.
Está en ellos generar las condiciones macroeconómicas para que no haya inflación.
Pero si se aumenta alegremente el gasto público y se lo financia mediante el Banco Central con la emisión excesiva de moneda en exceso, la consecuencia inevitable es la inflación.
Si quieren mentir, que mientan, pero por lo menos que no nos tomen por imbéciles.
Adoctrinamiento para todos
Otro festival de la mentira oficialista se exhibe impúdicamente en las transmisiones de fútbol.
Cuando la AFA, inducida por el gobierno, rescindió unilateralmente el contrato que la unía a Torneos y Competencias, se argumentó que la transmisión por parte del Estado de los partidos de fútbol en forma gratuita era sólo una situación transitoria, que pronto se demostraría el pésimo negocio que hacía la AFA, que era esquilmada por una empresa privada, que le podía pagar mucho más, y que el gobierno licitaría en un breve lapso esas transmisiones por las que en concepto de publicidad privada se obtendrían sumas mucho mayores que las que recolectaba TYC.
Todo eso fue dicho hasta el cansancio por el Jefe de Gabinete.
Hoy, a ocho meses de esa decisión, el panorama es opuesto al descripto por Aníbal Fernández.
No se han licitado las transmisiones, no se ha colocado publicidad privada, más que la de una empresa a la que se le concedió el derecho de ponerle el nombre al campeonato y, peor aún, se ha anunciado que no se contratará ninguna publicidad privada en el futuro.
¿Qué se anuncia entonces?
Sólo publicidad oficial.
Mejor dicho: propaganda partidaria de la más baja estofa disfrazada torpemente de publicidad oficial.
No se trata solamente, entonces, de una mala asignación de los recursos públicos, que financian transmisiones gratuitas de fútbol cuando podrían destinarse a fines sociales más urgentes, sino de la deliberada y arbitraria utilización de un medio estatal para adoctrinar a la sociedad.
Casi nadie miraba antes a Canal 7.
Ahora lo hacen, durante las transmisiones futbolísticas, que son casi todos los días, millones de personas, porque no es necesario explicar la inmensa popularidad del fútbol en nuestro país.
Esas personas, mientras miran su deporte favorito, reciben constantemente mensajes acerca de lo maravillosos que son los Kirchner.
Es un espectáculo anacrónico, de esos que los argentinos creíamos que ya no veríamos más.
Exportaciones de aceite de soja a China
Un diferendo con China por una cuestión comercial puede derivar en un serio problema económico.
China ha anunciado que suspenderá las compras de aceite de soja a la Argentina, alegando que el producto importado tiene algunos defectos.
Pero muchos interpretan que se trata en verdad de una medida de respuesta a ciertas políticas proteccionistas de la Argentina que impiden a los chinos exportar a nuestro país artículos textiles y otros productos manufacturados.
Estos temas suelen tener un grado de especificidad técnica que los torna de difícil comprensión para quienes no se hallan vinculados a tales actividades.
No son, además, por lo general, de interés público.
Pero la dimensión de este conflicto en términos económicos lo ha llevado a las primeras planas.
La Argentina es el primer exportador mundial de aceite de soja y China el primer comprador.
El aceite de soja, derivado de ese "yuyito" al que increíblemente quiso ningunear la presidente alguna vez, es un componente importante de nuestras exportaciones que, además de crear valor y riqueza, y dar trabajo a cientos de miles de compatriotas, contribuyen de manera significativa a incrementar los recursos fiscales que son - a través de su manejo discrecional y del reparto de subsidios - la fuente del poder de los Kirchner.
Ahora bien, sin ánimo de opinar en detalle sobre un asunto que involucra facetas técnicas, parece bastante evidente que el desaire de la señora de Kirchner a los chinos en enero, cuando suspendió a último momento una visita programada a la potencia asiática para no dejar al vicepresidente Julio Cobos a cargo del Poder Ejecutivo, es otro de los componentes del diferendo respondido mediante otros gestos, como el de saltear a la Argentina en la futura visita a Sudamérica del Presidente chino.
En el comercio mundial, como en general en las relaciones internacionales, rige el principio de reciprocidad.
No se puede hacer lo que a uno se le dé la gana, como hacen los Kirchner en el orden interno.
O, mejor dicho, se puede hacer, pero no se pueden evitar las consecuencias.
En un mundo cada vez más globalizado, el desdén de los Kirchner por las relaciones internacionales serias y maduras es una notoria desventaja para la Argentina.
Es parte de la fenomenal hipoteca que le dejarán al gobierno que los suceda.
Jorge R Enriquez
Abogado y Periodista
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