La historia de un "Oso que llegó a ocupar el reino de los Tártaros"
Cuentan los hechos con el peso puntual de la verdad que en el mes de octubre del año dos mil siete, en un pueblo del norte de la Argentina que lleva el nombre de una planta silvestre de anchas hojas sombrillas, un OSO mofletudo y embustero llegó a ocupar el reino de los Tártaros, hombres cuasi salvajes por su estupidez proverbial, mezcla de indios, inmigrantes y chaqueños.
Apoltronado ya en el trono el OSO convocó a una Junta muy diferente a la de Mayo por cierto, formada por vagos y ambiciosos y los puso a des - gobernar junto a él.
Los fulanos, afanados y ufanos en el sentido que actuaban con desenvoltura y sin vergüenza se pusieron de inmediato a construir un Laberinto, en su más puro significado.
Un Laberinto, palabra derivada del latín “labyrinthus”, es un lugar formado por calles y encrucijadas, que intencionadamente se construye complejo con el fin de confundir a quien se adentre en él.
La obra laberíntica resultó ser tan intrincada, tan escandalosamente desordenada y corrupta que ni los mismos que la construyeron atinaban luego a encontrar la salida.
Urdieron caminos con obras tan mal hechas que se caían a poco de hacerse, usaban materiales que ellos compraban y que luego se vendían a sí mismos
–es decir al municipio- .
Compraban fincas y terrenos con cheques que decían los papeles eran de un plomero pero los endosaba un empresario y los cobraba un cuñado.
El OSO y su banda derribó y estragó la Plaza de los Tártaros y lavaron la ignominia con agua bendita y de fuentes que chorreaba el agua que faltaba en el pueblo.
Levantó muros de hierro para tapar pruebas y testigos y galpones donde escondían objetos robados para que no penetrara en el ellos el ojo TUERTO de la Justicia.
Urdió una telaraña desordenada y pegajosa con el sinnúmero de donaciones que arribaron al pueblo luego que el Río produjera una catástrofe histórica que casi los borra del mapa y que amenaza con volver a repetirse según los dichos de los expertos.
El OSO y su pandilla las usó el campaña para comprar votos, repartió al que le vino en gana y todo de un modo tan confuso que recién después de un año y de un bochorno televisivo nacional recién los Tártaros comenzaron a abrir los ojos y muy grande la boca al darse cuenta qué habían sido burlados y estafados.
Repartieron las cosas sin diestra alguna y con la siniestra a altos mandos y a bajos instintos con la intención de hacerlos cómplices para mantenerlos callados.
Maquinó un vericueto de pruebas falsas con las que empapeló y papeloneó los pasillos judiciales formando con la pila monumental de expedientes una escalera tan escabrosa y tan alta que llegó a la CORTE misma, que no es celestial precisamente.
El OSO hizo del erario público un tesoro privado.
De ahí repartió monedas a la banda de los súbitos que mantenía en su entorno y enterró para si la gran porción del botín para el disfrute de sus generaciones postrimeras.
Así se armó en el pueblo de los Tártaros el Laberinto municipal, la gran trampa circular para apropiarse de sus caudales.
Pero un día el OSO despertó asustado, desde afuera le llegaba el estrépito de bombos y cacerolas, de silbatos y sirenas.
Los Tártaros habían despertado de la modorra norteña y aunque perdidos en la maraña urdida, le exigían ahora haciendo Marchas que de explicaciones de lo obvio.
El OSO asustado buscó la salida pero no la encontró.
Llamó a gritos a sus sirvientes, pero por más que insultó, suplicó y lloró ninguno acudió a su llamada.
El OSO estaba SOLO en su Laberinto.
Allí perdido sin encontrar la puerta de salida no pudo disfrutar la miel que tan golosamente había acumulado y cuando quiso saborearla vio que se había convertido en HIEL, en sal petrificada como EL que lentamente se iba convirtiendo en piedra con el paso del tiempo, quedando en las amarillas hojas de la historia de los Tártaros como el OSO goloso, tramposo, corrupto y mentiroso entrampado en su propia trampa.
Lic. Marta Juárez
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